Héctor Humberto Hernández / + 12 de Octubre de 2021




Héctor Humberto Hernández (h.) nació el 17 de febrero de 1943 en San Nicolás de los Arroyos, Provincia de Buenos Aires, y en 1966 se graduó como Abogado con medalla de oro en la Pontificia Universidad Católica Argentina “Santa María de los Buenos Aires” (UCA) sede Rosario. Allí, Dios Nuestro Señor puso en su camino al P. Edmundo García Caffarena, nicoleño como él, su primer profesor universitario, quien lo inició en la Ética y el Derecho natural, y quien también le enseñó Teología.
Llegando al final de la carrera de grado, tuvo como profesor de Filosofía del Derecho a Guido Soaje Ramos, su maestro, de quien fue uno de sus más destacados y fieles discípulos, ayudante y adjunto en la UCA, y a quien él mismo caracterizó como “el fundador de la escuela argentina tomista de filosofía del derecho”(1). Ese discipulado es notorio en su obra, en lo referido a la experiencia como punto de partida del conocimiento, a la conceptuación del Derecho, a la politicidad del Derecho, y a otras muchas tesis. Doctor en Ciencias Jurídicas por la UCA en 1976, su tesis “La Justicia en Cossio” fue calificada sobresaliente (10) por un tribunal examinador compuesto por Tomás Casares, Abelardo Rossi y Juan Alfredo Casaubon.
Fue durante años Investigador Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina) e integrante de la Comisión Asesora de Filosofía de esa institución, en la cual se dedicó a estudiar la obligación ético-jurídica y el derecho subjetivo, con una serie de artículos como fruto.
Se desempeñó como Profesor Adjunto en las cátedras de Filosofía del Derecho de Soaje Ramos y Casaubon en la  carrera de Abogacía de la Universidad de Buenos Aires, Profesor Titular de Filosofía del Derecho en la sede Rosario de la Pontificia Universidad Católica Argentina y Profesor a cargo de la materia Derechos Fundamentales en la Especialización en Derecho Constitucional en la sede Buenos Aires de la misma Universidad, Profesor Emérito de la Universidad FASTA (Mar del Plata), en la cual tuvo a su cargo como Titular las cátedras de Filosofía del Derecho y Ética Profesional Jurídica y dirigió el Instituto de Filosofía del Derecho, Derecho Natural y Fundamentos del Orden jurídico-político. También ha sido profesor en la carrera de Especialización en Derecho de Daños de la Universidad Católica de Cuyo (San Luis) y en la Universidad Tecnológica Nacional y en el Instituto de Estudios Superiores de San Nicolás de los Arroyos.
En su constante preocupación por formar a los jóvenes y promover la universidad, fundó y presidió varios congresos bienales de Filosofía del Derecho, Política y Bioética para jóvenes en la Universidad FASTA (Mar del Plata). El último de ellos tuvo lugar en el año 2010. Estos congresos tenían una estructura recurrente que Hernández ya había puesto en práctica en otros lugares: conferencias plenarias y presentaciones de libros, objeciones –a veces, con objetores designados para asegurar que las hubiere–, ponencias de estudiantes y jóvenes graduados, y las misas de apertura y cierre.
Dirigió en 1965, la revista “Palabra”, del Ateneo Universitario Santa María de los Buenos Aires, y varias décadas después, fundó y fue el director de la serie especial Filosofía del Derecho (“Diario de Filosofía del Derecho”) de la Editorial “El Derecho” (Buenos Aires), de la cual se publicaron treinta y cuatro números entre los años 2001 y hasta su cierre, en 2017. En esta última función, se ocupaba de detalles, desde la selección de un icono para cada sección hasta la distribución de ejemplares, pasando por pensar y fijar qué cosa iba en página par y cuál comenzaba en página impar, o la supervisión de la diagramación de cada nuevo número en el taller de la editorial, situado en las viejas oficinas de la calle Tucumán, en la zona tribunalicia porteña. Todo ello, sin descuidar el fondo. Trataba siempre de “abrir el juego” y de incluir sin sectarismos a los diversos representantes de las distintas líneas del iusnaturalismo en la Argentina y de países limítrofes, a través de artículos, fichas bibliográficas, difusión de noticias y realización de reportajes –tanto a figuras consagradas como a “neodoctores”–.
Ejerció la profesión de abogado en variados ámbitos, incluido su trabajo en la Fiscalía de Estado de la Provincia de Buenos Aires y como Defensor Público Oficial ante el Juzgado Federal de San Nicolás de los Arroyos durante catorce años. Ello le brindó una mirada práctica complementaria de la especulativa, que lo alejó de construcciones “de laboratorio” y que enriqueció su visión teórica.
No recibió los reconocimientos que hubiese merecido, aunque sí le fueron otorgados el Premio “Santa Clara de Asís” (1999) de la Liga de Madres de Familia por su defensa de la vida, y el Premio “Tomás Moro” de la Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción” (Paraguay, 2004), por su divulgación del Derecho natural en la región.
  Al momento de su fallecimiento era miembro de la Sociedad Tomista Argentina –en cuyas tradicionales Semanas participó muchísimas veces–, de la Comisión Directiva del Instituto de Filosofía Práctica (Buenos Aires) –del cual fue uno de sus primeros y más importantes investigadores–, del Centro de Estudios Universitarios del Rosario (Rosario), de la Comisión Directiva del Centro de Humanidades “Josef Pieper” (Mar del Plata), de la Asociación Jurídica “Santo Tomás de Aquino” y del Consejo Académico de Forum. Revista del Centro de Derecho Constitucional de la Universidad Católica Argentina (Buenos Aires). Asimismo, integró como Académico de número el Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” (Buenos Aires).
Colaboró con numerosas iniciativas académicas y de formación católica, como las reuniones de la Asociación Jurídica “Santo Tomás de Aquino” en la sede de la Corporación de Abogados Católicos de Buenos Aires, los cursos de formación para universitarios del Seminario Mayor “María Madre del Verbo Encarnado” de San Rafael y las realizadas en torno al convento de la Orden de Predicadores de Santa Fe y al Centro Tomista del Litoral Argentino, que animó.

Su bibliografía completa publicada resulta difícil de calcular, ya que escribía y publicaba sin cesar, pero probablemente se encuentre en torno a los quinientos trabajos, incluyendo sus libros, participaciones en obras colectivas, artículos, notas, prólogos a libros de importantes autores, recensiones y reportajes.
Los ejes temáticos que estructuraron su vasta obra podrían resumirse en lo que él llamó las “grandes divisorias de aguas” del orden político y jurídico: natural sociopoliticidad del hombre y naturaleza perfectiva de la autoridad y del Estado o comunidad política versus artificialidad de la vida social y contractualismo, Doctrina social de la Iglesia o doctrina del orden natural y cristiano versus liberalismo(s) y socialismo(s), cultura de la vida versus cultura de la muerte, patriotismo y pluralidad de Estados tradicionales versus mundialismo, Derecho penal –o solidarismo penal– versus “garantoabolicionismo”, y Cristiandad versus laicismo.
“La justicia en la ‘teoría egológica del derecho’” (Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1980) fue su primer libro, una versión sintetizada de su tesis doctoral, prologada por Juan Alfredo Casaubon, quien afirmó al presentarla: “Creemos que nunca había sido sometida la teoría egológica a una crítica tan extensa, ponderada y precisa…” (p. 10). Su segundo libro (“Estudio sobre Taparelli. Su filosofía jurídica: obligación y derecho subjetivo”, Buenos Aires, Instituto de Filosofía Práctica, Buenos Aires, 1984) fue preparado durante una investigación desarrollada en Roma en 1982 mediante una beca otorgada por la Universidad de Buenos Aires.
Durante la discusión por la instauración del divorcio vincular en la Argentina, dictó varias conferencias sobre el tema y compendió tres de ellas en “Familia, sociedad y divorcio” (Buenos Aires, Gladius, 1986), prologado por Monseñor Jorge López, arzobispo de Rosario.
La deuda externa argentina fue una de las preocupaciones que intentaba difundir en aquellos congresos que organizaba, muchas veces a pesar de las incomprensiones de quienes somos ajenos y bastante ignorantes de la teoría económica. Así, en 1988 publicó “Justicia y ‘deuda externa’ argentina” (Santa Fe, Editorial Universidad Católica de Santa Fe, 1988), con prólogo de Marcelo Ramón Lascano, para quien se trata de un trabajo “único en su género, en tanto examina cuidadosamente el tema de la deuda externa desde la perspectiva de la filosofía perenne y del orden jurídico internacional” (p. 13). Continuó con sus intereses en materia económica desde la perspectiva de la justicia en varios artículos, y en 1994 publicó el “Ensayo sobre el liberalismo económico” (Buenos Aires, Centro de Formación San Roberto Bellarmino, 1994).
A fines de la década de los noventa, se editó su “Valor y derecho. Introducción axiológica a la filosofía jurídica” (Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1998), una obra propedéutica a la Filosofía del Derecho que aborda temas como la distinción entre Derecho y hecho, el valor de la solidaridad, la natural socialidad y politicidad del hombre, el bien común político, y varias derivaciones y concreciones. En este libro, Hernández aclara: “El uso de la palabra ‘solidarismo’ o ‘solidaridad’ no implica la pretensión de construir una doctrina fundamentalmente nueva, ni de remitirme a ninguna escuela así denominada, sino que es una manera cómoda para aludir a mi postura jurídica distinguiéndola tanto de los individualismos como de los colectivismos” (p. 10). Se advierte en este punto la humildad de Hernández, quien no buscaba tanto la originalidad como la verdad de las cosas.
Su siguiente libro fue quizás el punto más alto de su obra escrita, “Derecho subjetivo. Derechos humanos. Doctrina solidarista” (Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 2000), que compendió diversos trabajos sobre el derecho subjetivo publicados en su mayoría en diversas revistas especializadas. Sobre la base de una doctrina tomista del derecho subjetivo esbozada por autores como Soaje Ramos y Lachance, Hernández avanzó en diversos aspectos del poder jurídico y hasta los derechos humanos.
Una de las grandes misiones que asumió fue la difusión de la figura y la obra de Carlos Alberto Sacheri, a quien consideraba “el más alto líder católico de los ‘70”. Ya en 1976 había publicado el artículo “Vidas ilustres: Carlos Alberto Sacheri” en Theotokos, una revista parroquial de Villa Constitución, Provincia de Santa Fe; y su primer libro comenzaba con la siguiente dedicatoria: “En honor de la Santísima Trinidad. A la memoria luminosa de Carlos Alberto Sacheri filósofo, patriota, mártir”. En 2007 lanzó “Sacheri: Predicar y morir por la Argentina” (Buenos Aires, Vórtice), una suerte de biografía que él mismo caracterizó como “una historia de los '70 argentinos en torno a la figura de Carlos Alberto Sacheri” y que tuvo varias reimpresiones.
Se hizo cargo de la edición de las últimas versiones de “El orden natural” de Sacheri y coeditó dos libros póstumos de dicho autor: “Orden social y esperanza cristiana” (Mendoza, Escipión, 2014) y “Filosofía e Historia de las Ideas Filosóficas” (Mendoza, Escipión, 2016). En 2017 publicó “Sacheri y el mandato argentino. Crítica de la ‘nueva cristiandad’. Para una historia del INFIP” (Mendoza, INFIP-Escipión, 2017), libro en el cual quiso continuar difundiendo la figura de Sacheri, sumando la del maestro de Sacheri, el P. Julio Meinvielle y la del suyo propio, Soaje, los tres fundadores del Instituto de Filosofía Práctica, y vincularlos en la crítica a la teoría de la “nueva cristiandad” de Maritain, que los tres rechazaron, al igual que los continuadores de la Escuela, incluido Hernández.
Acuñó la expresión “garantismo abolicionista” o “garantoabolicionismo”, al que originalmente llamó “garantismo individualista” en “Discurso penal, garantismo y solidarismo (Breve estudio con ocasión de un caso judicial)”(2) en 1996, su primer artículo sobre fundamentos del Derecho penal y procesal penal; y después de haber sido director y coautor de la obra “Fines de la pena. Abolicionismo. Impunidad” (Buenos Aires, Cathedra Jurídica, 2010), publicó “El garantismo abolicionista. Estudio sobre la ‘Criminología crítica’” (Buenos Aires, Marcial Pons, 2013). Más tarde advirtió la conveniencia de sintetizar, actualizar y profundizar lo tratado en esta obra y publicó “Inseguridad y garantismo abolicionista. Bases para la reconstrucción de la justicia penal” (Buenos Aires, Cathedra Jurídica, 2017).
En esta línea, Hernández fue quizás el más importante crítico argentino a la regla de exclusión de prueba ilícita en el proceso penal y la doctrina del fruto del árbol venenoso, a las que dedicó varios artículos y comentarios a fallos judiciales. Sobre este tema, en el año 2018 publicó “Violación de derechos en cadena. La Doctrina del Fruto del Árbol Venenoso” (Buenos Aires, Cathedra Jurídica), obra de consulta obligada para quien tenga interés en el estudio de la mencionada regla de exclusión confrontando los diversos argumentos de sus defensores y sus impugnaciones. Sin saberlo, Hernández se acercaba mucho a críticas desarrolladas por algunos de los juristas más importantes de los Estados Unidos.
En el marco de sus estudios sobre el derecho subjetivo a la participación política, e impulsado por un ánimo de esclarecer contra posturas difundidas en ciertos ámbitos del catolicismo argentino frecuentados por él y que quizás podrían calificarse de posiciones “doctrinaristas” según la clasificación de Leopoldo Eulogio Palacios en “La prudencia política”, realizó con ánimo de diálogo académico algunas publicaciones que culminaron con “Pensar y Salvar la Argentina II. Sobre la participación política de los católicos” (Mendoza, Escipión, 2016). En ese libro sostuvo como tesis que “[n]o es moralmente ilegítimo de suyo votopartidar [votar o participar de modo más activo] en los actuales regímenes, esto es habiendo un sistema de sufragio universal e integrando los partidos políticos que conocemos” (p. 7). Lamentablemente, y a pesar de su buena voluntad, el diálogo fue fallido, e injustas ofensas recibidas en ese momento lo afectaron mucho y sin dudas lastimaron su salud, pero, durante ese duro período de su vida dio a quienes estuvimos cerca suyo en esos tiempos diversos ejemplos de cómo debe ser un académico y cristiano cabal: no devolver mal por mal, ni abandonar la búsqueda de la verdad y el aporte al bien común por temor a agravios o a ser marginado.
Para dejar constancia de la actividad desplegada por el Centro Tomista del Litoral Argentino (CENTOLIAR) y fomentar la verdadera vida académica centrada en la “disputatio”, publicó “La discusión académica. Historia del Centro Tomista del Litoral Argentino” (Buenos Aires, CENTOLIAR, 2017, con prólogo del Pbro. Luis González Guerrico), un libro muy útil para conocer el perfil universitario de Hernández.
Sobre ello, hay una anécdota que vale la pena recordar: hace unos años, en la concurrida presentación del libro de un importante autor, amigo suyo, que fue organizada por el Centro de Derecho Constitucional de la UCA, en Buenos Aires, Hernández asumió la función de objetor, presentando fuertes observaciones a algunas tesis del libro –con el cual sustancialmente coincidía–, apuntando a fomentar el diálogo, en lo cual tuvo mucho éxito. Un destacado catedrático de Filosofía del Derecho, allí presente, le dijo jocosamente: “Si así tratás a tus amigos…”. Y el mismo profesor confesó de modo elogioso a la salida del acto académico que nunca había visto una presentación de libro así. El mérito era de Hernández, por sus aportes para abrir la discusión.
La defensa de los niños por nacer fue otra de sus ocupaciones tanto teóricas como prácticas y fue uno de los pocos juristas argentinos que enfocó el asunto sin soslayar el aspecto jurídico-penal. En 2018, a poco de iniciada la discusión para la despenalización del aborto, publicó “Salvar vidas con el derecho penal (Testimonio de un Defensor)” (Buenos Aires, Círculo Rojo, 2018), libro en el cual, fundamentalmente reprodujo dos artículos suyos que –basándose en su experiencia como Defensor Federal– referían a cómo la incriminación del aborto y de la tenencia de estupefacientes para consumo personal podían, en la práctica, contribuir a la defensa de “las dos vidas” y de los mismos consumidores de drogas y sus familias, y a la comunidad política en general, con la sola amenaza de las penas. Continuó trabajando sobre el crimen del aborto en sus libros “‘No matarás…’El fallo FAL y el Exterminio” y “Gesta de Dios por los argentinos. Preguntas y respuestas sobre el genocidio prenatal desatado”, publicados ambos en 2020 por Escipión. Ya en 1995 había codirigido “Valor de la vida y cultura de la muerte” (Santa Fe, Centro Tomista del Litoral Argentino y Universidad Católica de Santa Fe). La aprobación del aborto lo afectó mucho.
El asunto más importante que abordó fue el de la relación entre la Religión y Estado. De hecho, Hernández probablemente sea uno de los autores más importantes en esta materia en la República Argentina, y su primer trabajo publicado fue sobre el tema, en la revista Palabra (Rosario), y también lo fueron sus últimas ponencias en las semanas tomistas de Buenos Aires. Así, en el año 2019 publicó “La felicidad de los argentinos y la Religión. Iglesia y Estado” (Buenos Aires, Instituto de Filosofía Práctica de la Argentina-Escipión). Se trata de la recopilación de varios de sus artículos –no todos– acerca del tema, con algunos agregados. Incluye su ponencia en la Semana Tomista de 2010, “Bien común, Patria Argentina y Religión”, en la cual explicó la tradicional distinción entre “tesis” e “hipótesis”, muy usada en los siglos XIX y XX con una fórmula probablemente mejor y menos tendiente a malentendidos: la de “la Cristiandad de cero a cien”. El último seminario que dirigió en la Ciudad de Buenos Aires, en el Instituto de Filosofía Práctica fue, precisamente sobre Iglesia y Estado.
Dejó muchos apuntes inéditos, y algunos de ellos merecerían ser editados, como sus apuntes de Ética profesional jurídica, en los cuales se fundamenta la conducta debida en los principios del obrar humano, pero con el conocimiento de las circunstancias que le otorgaba el haber sido operador jurídico en distintos ámbitos: “Ser abogados. Lecciones de Ética Profesional Jurídica” (Mar del Plata, Instituto de Filosofía del Derecho, Derecho Natural y Fundamentos del Orden jurídicopolítico. Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad FASTA, 2009) y “La justicia encarnada. Ética del juez” (2010).
Publicó artículos, notas y recensiones en las revistas Actualidad Jurídica (Mar del Plata), Analogía (México), Anfiteatro (Rosario), Boletín de Ciencias Políticas y Sociales (Mendoza), Cuadernos de Espiritualidad y Teología (Santa Fe y San Luis), Diálogo (San Rafael), Didascalia (Rosario), Doctrina Judicial (Buenos Aires), Doctrina para el Movimiento Nacional (Buenos Aires), Duc in Altum (Paraná), El Derecho (Buenos Aires), Ethos (Buenos Aires), Filosofar Cristiano (Córdoba), Foro de Córdoba (Córdoba), Gladius (Buenos Aires), In Itinere (Mar del Plata), Instancias (San Nicolás de los Arroyos), Ius Publicum (Santiago de Chile), Jurisprudencia Argentina (Buenos Aires), La Ley (Buenos Aires), Mikael (Paraná), Moenia (Buenos Aires), Persona y Derecho (Navarra), Philosophica (Valparaíso), Prudentia Iuris (Buenos Aires), Revista Jurídica de Mar del Plata (Mar del Plata), Sapientia (Buenos Aires), Semanario Jurídico (Córdoba), Theotokos (Villa Constitución), Verbo (Buenos Aires), Verbo (Madrid) y Zeus (Rosario). En la revista Moenia, de este Instituto, publicó varios trabajos y recensiones, entre los que se destacan “Sobre libertad política y bien común” (Moenia IX, 1982) y “Lecciones sobre la justicia en Aristóteles” (Moenia XIII, 1983). También publicó en los diarios “El Diario” (Paraná), “El Norte” (San Nicolás de los Arroyos), “La Capital” (Mar del Plata), “La Capital” (Rosario), “La Nueva Provincia” (Bahía Blanca) y “La Prensa” (Buenos Aires).
Sufrió los esnobismos, egoísmos y envidias que abundan en los ámbitos académicos argentinos y padeció la falta de reciprocidad de muchos a quienes consideraba como amigos. En parte por similares razones, y en parte por otras, le sucedió algo similar a lo que él alguna vez dijo de su maestro Soaje: “…en algunos lugares su nombre incomodaba…”(3). No lo ayudó el hecho de que, en las últimas décadas adoptó un modo de escribir muy cercano a la expresión oral, coloquial, contrastando con su obra escrita previa, en un cambio que parece haber comenzado en la segunda mitad de la década del noventa, por la sugerencia de un sacerdote amigo suyo. Él quería acercarse a los jóvenes y a la gente en general, y no caer en los defectos de lo que llamaba “hombre jurídico”.
Era austero y muy generoso. Regalaba ejemplares de sus obras aún a quienes probablemente nunca las leerían, y también regalaba libros de otros autores que él consideraba valiosos. Aportaba económicamente para financiar encuentros académicos y gastos de expositores, y también ejercía diversas obras de misericordia espirituales y corporales. Era exigente e insistente. Pedía mucho, pero no es fácil recordar pedidos que haya hecho para beneficio individual. Eran siempre para el bien de otros, o para el bien común –o para lo que él pensaba que era de bien común–.
A pesar de ser uno de los más importantes exponentes del iusnaturalismo clásico en la Argentina, y de ser determinado e insistente como ningún otro, muchas veces recibía, aceptaba y tomaba sugerencias y correcciones de quienes éramos inferiores a él –muchas veces él las pedía, y otras las aceptaba sin pedirlas, a pesar de cierta impertinencia de quienes las hacíamos–, y era usual que dejara constancia de ello en los agradecimientos de las primeras páginas de sus nuevos libros.
Como buen maestro, enseñó con su palabra y con su conducta, desde la cátedra y los libros, y desde la mesa de un bar o de un restaurante, con sus aciertos y con sus errores (“a los maestros hay que seguirlos en lo que son maestros”, solía repetir). Daba la impresión de que muchas veces no podía dejar de trabajar o desconectarse de la actividad.
Fue un apasionado por la Iglesia y por la Argentina, un patriota como pocos, un hombre bueno, un intelectual al servicio de la justicia, que inspiró y seguirá inspirando a muchos. Falleció en su ciudad natal, el 12 de octubre de 2021, en el Día de la Hispanidad, cuyos principios defendió como patriota argentino.




Carlos Arnossi